El músico y poeta Luís Días heredó la profunda y brillante creatividad de Lennon, Hendrix, Joplin y la profunda satisfacción a la autodestrucción personal. Saturno devora a sus hijos. La noche tritura sus estrellas y las convierte en polvo seco. El Arbol del Edén y su fruta podrida de éxtasis. El alma de los verdaderos artistas es un lugar que oscila entre el paraíso y el infierno. No hay términos medios. Demasiada esencia y demasiado veneno.
Esencia y veneno se mezclaron en una noche inolvidable a principio de los años 80 en un pequeño apartamento del sector del INVI, kilómetro 10 de la Carretera Sánchez de Santo Domingo. En una salita pequeña, sentados en el suelo, quien suscribe y dos personas que omito sus nombres por razones que no vienen al caso mencionarlos, conversábamos sobre cualquier cosa a mitad de un apagón de varias horas. Las velitas blancas intentando iluminar desde sus rincones de pequeñas islas de luz. La humedad del calor y la libación de alcohol y de otras sustancias eran nuestra particular puesta en escena cuando alguien abrió la puerta. Era Luís Días, guitarra en mano, pantalones cortos y una camiseta roja de tirantes.
Sin mediar una sola palabra y como si estuviera acostumbrado a entrar a los escenarios sin previo aviso, el Terror rasgó la primera nota de un blues, sí, un blues. Un blues es otro género. Este era un blues que duró más de 20 minutos sin parar. Un viaje de tonos y arpegios. Un blues barroco entre lo terrenal y divino. Un blues a la vida desde los campesinos dedos de Luis. Dedos de grandes nervaduras y ásperos y sublimes como los dedos de un ángel extasiado.
Luís duró más de 20 minutos tocando, ya dije. Nadie grabó esa pieza. Nadie pudo emitir una sola palabra. Nadie se atrevió a nada, solo a seguir ese blues, a descifrar los tarareos de Luis. Tarareos que provenían de lo más hondo de su alma. Tarareos del conuco y el dolor, de la sencilla alegría del monte y el hombre. Luís, tocando y cantando un blus de esencia y veneno. Estoy seguro que hace pieza valió más que toda su obra conocida. Un blues para convertirse la banda sonora de una película de alguien como Alejandro González Iñárritu, autor de Amores perros, Babel y 21 gramos. Estoy seguro de eso en este momento.
Al final, los tragos dominaron su cabeza y explotó la bomba. Calló su voz y su guitarra. No pudo más. Tuvimos que llevarlo al baño a vomitar su esencia y su veneno pero su blus se nos metió en algún lugar. Se ha escondido entre nosotros y no ha podio salir. Paz al Maestro.
José Arias es periodista desde hace 15 años y ahora editor-fundador de Blogarias. En este Siglo XXI de gripes A y Blackberrys, José ha laborado en diversos medios dominicanos y más de sus colaboraciones semanales en este blog, picotea por ahí cuando aparece. → Blog, Twitter.
Luís Días, el que heredó los ritmos de Lennon, Joplin y Hendríx, y los aplatanó http://bit.ly/8h6HEM
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