Mi Tirapiedras y yo

Tirapiedras Ningún utensilio, o herramienta hecha a mano, ha dado más agua de beber que un tirapiedras, ese cayado de madera con su goma amarrada ha metido a mucha gente en problemas incluyéndome a mí en mis años infantiles. La horqueta, como es llamada en los campos es una herramienta muy popular, aunque ya no se ve tanto como antes. Es considerada una de las armas más antiguas de la humanidad, con ella fue que David logró vencer a Goliat en aquel histórico combate desigual donde el pequeño chico ganó gracias a la potencia de su resortera. El tirapiedras, aunque parece algo rudimentario quizás es una de las herramientas más sofisticadas de todos los tiempos, hecha con pocos materiales, ha sido muy utilizada en los campos para tumbar frutos de arboles, hacer maldades y meternos en problemas.

Travesuras y maldades

Al igual que muchos niños, también tenía el mío ―igual que la foto del tirapiedras de guayaba― con el ponía a prueba mi puntería disparando piedras y bellugas. Toda una tarde me la pasaba haciendo miles de travesuras con mi orqueta en la mano, molestando a los perros, a los pajaritos, y desafiando con mis amiguitos los puntos o lugares que más nos retaban para lanzar nuestros proyectiles. Ese bendito tirapiedras me metió en muchos líos y sustos, no fueron una ni dos veces que en casa me cayeron a chancletazos por haber quebrado algún vidrio o ventana. Doña Elsa, la vecina, me tenía a jugo, cada vez que me veía con mi tirapiedras llamaba a mis piedras y exageraba la nota. Recuerdo que en el barrio hacíamos campeonatos de botellas, reuníamos un gran número de ellas en un rincón, y desde lejos, cada uno con su horqueta competía por el que más botellas destruyera. También nos retábamos a romper el vidrio de un carro viejo y abandonado que había en mi calle, el pobre parecía casi un colador con todos sus hoyos y sus quebrados. Pero toda esa época de vaquero llego a su final cuando me metí en el lio que mas me asusto, ese que hizo que me entregara cual criminal cualquiera.

Tremendo lío en que me metí

Obsesionado con mi tirapiedras tenia siempre ubicado al perrito de doña Elsa, un chihuahua llamado tito. Ese perrito me odiaba, cada vez que me veía me ladraba como si fuera su peor enemigo, varias veces intentó morderme, hasta en una ocasión llego muy cerca, me pegó los colmillos. Doña Elsa como tampoco quería saber mucho de mí, permitía que su adorable perrito hiciera lo que quisiera conmigo ―creo que de esa manera ella se vengaba de mi― el chihuahuita tenia los días contados por mí, un día la doña salió a una diligencia, y el animal se quedó en casa. Yo solo quería hacerle una maldad, darle un sustito, lo puse en mi mira, y al parecer mi tiro tuvo demasiada potencia. Solo vi como el pobre perro pronunciaba un doloroso ladrido, el último de su corta vida. ¡Gotió! como una guanábana y del piso no se movió. No supe que hacer, emprendí la huida y le pedí a Dios que por favor la cosa no fuera tan grave. Lamentablemente fue peor de ahí, yo había asesinado casi en primer grado al perrito de la doña mas incomoda y difícil del barrio, y de paso ella que no me soportaba. No recuerdo una pela más larga y dolorosa en mi vida, hasta ella participó, permaneció como una semana de luto por su perro y de castigo me pusieron a hacerle por tiempo indefinido todos los mandados y ayudas en sus quehaceres cotidianos. Todo este lio lo provocó mi tirapiedras, que por cierto fue quemado con gasolina. Más nunca me dejaron tener uno, hasta una vez que relaje adquirir otro ―ya después de adulto― me amenazaron con desterrarme de mi hogar. Muchos tendrán anécdotas con un tirapiedras, aunque al final me metió en tremendo problema, recuerdo con nostalgia aquellos momentos en que me divertía en grande con mi arma, utensilio y herramienta preferida.