Cuidado si me moja
Recuerdo que en épocas no muy remotas el dominicano común solía dirimir su estancia en esta isla jugando vitilla o dominó, ambos juegos aún vigentes tienen ahora un nuevo compañero: la piscina de calle armonizada con música ya sea bachata o mambo y una espaguetada u otro plato no muy lejos de este. Estas piscinas son un fenómeno de consumo de la clase baja sin embargo debo decir que ya he visto un par de piscinas en casas de jóvenes de más alta alcurnia, ¿a caso se está propagando el virus más allá? Uno no sabe cuál será la próxima ocurrencia a desatarse en los barrios y aunque ciertas personalidades de la vida pública han tildado de realengos a quienes se dan su zambullido en plena esquina sin ton ni son, hay que pensar en dicha práctica como un mecanismo social de catarsis disipador de resentimientos sociales que reza así: si no puedo ir a un resort, por lo menos me doy esta piscinita.
Por encima de la boca del cardenal
Con tanto calor en nuestro entorno es más que una tentación que difícilmente rehúse un mortal de la urbe en pleno corazón de barrio, y es interesante observar como la gente involucrada en esta forma de ocio poco o nada de valor le da a la perdida de privacidad involucrada en el acto de darte un chapuzón en plena esquina. Y es que en un resort es distinto pues ya tu mente está condicionada y no lo ves como algo a ir en desmedro de tu privacidad, es como si allí todo el que está presente hace un contrato tácito: yo pierdo un poco de mi intimidad al revelarme ante ti en paños menores pero tú haces lo mismo tanto. Pero en la piscina de calle solo participan de este contrato aquellos dentro de ella, mientras el resto de los transeúntes va y viene, es quizás este factor el cual toman en cuenta los moralistas para demonizar y censurar los chapuzones públicos sin embargo este argumento debería ser dirigido en otra dirección, hagamos pues el reenfoque.
Sexo, drogas y reggaetón
En los últimos 15 años nuestro país ha pasado por un proceso de relajación de las normas que rigen la sexualidad y todo lo gravitante en torno a la misma, el fenómeno social de las menores es una prueba rampante de ello. Uno no sabe si afirmar que siempre fue así y que ahora lo único nuevo es que el asunto es más sincero y evidente o si en efecto los adolescentes están experimentando una vida sexual activa a una edad más temprana. El punto es que precisamente esta laxitud es lo que ha provocado que la gente de clase baja no tenga tapujos para mojarse en plena esquina pues la liberación de ciertos tabúes les hace ser más libres y propensos a desprivatizar parte de su intimidad, es como decir: ¿si ya mis hijos pueden tener sexo a los 13, y 14, qué más da un bañito en esta esquina? A su vez el adolescente que ya ha hecho consciencia sobre la sexualidad comienza un ritual erótico del cual la piscina de calle es una de sus primeras manifestaciones.
De tal palo tal astilla
No muy en el fondo lo que se da es un acto de rebeldía contra las clases más altas pues el pobre siempre ha creído que el rico es un hipócrita que a pesar de proyectar un fuerte conservadurismo lleva una vida desenfrenada y desbocada viendo a los hijos de estos como cuasi nihilistas consumados pero interesante nos es constatar que lo cierto es que ellos también quisieran disfrutar y experimentar dicho estilo de vida. ¿Cómo hacer la conexión entre la libertad sexual, la pérdida consciente de privacidad y este resentimiento social de estatus? Un solo término nos responde esta pregunta: el sexo. La máxima expresión de la vida epicúrea de los ricos y famosos es su libertad para experimentar la sexualidad y cuando el pobre a pesar de manejar un discurso de censura hacía este estilo de vida decide caerle atrás terminando por desinhibirse en el proceso. A simple vista un chapuzón en la esquina es solo eso, pero la caja de pandora se abre al preguntarnos ¿por qué en estos tiempos y no 20 años atrás?
La piscina de calle y el erotismo urbano ― http://cot.ag/cM7xOG ^RF
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