Ayer, lunes 6 de septiembre, murió Pedro María Payán Duluc «Don Chiquitín» en la Plaza de la Salud, tras tener varios días allí interno. Para muchos fue sólo «una gloria de la música dominicana», para mí fue mucho más que eso fue un amigo, ejemplo y consejero. La bendición de tener amigos que te sobrepasen por mucho en edad, es la sabiduría que puedes obtener de ellos y la alegría que les puedes brindar, el problema es que existen altas probabilidades de que los veas partir. Me llena de alegría saber que Don Chiquitín está ahora con Dios en el cielo ―su profesión de fe y su vida de acuerdo a la Biblia me lo confirman―, y me llena de felicidad que Dios me concediera el privilegio de compartir con Don Chiquitín en sus últimos años de vida.
Cuando conocí a Don Chiquitin
Recuerdo con un poco de vergüenza el sábado en la tarde en que conocía Don Chiquitín y a Doña Criolla. Fue una visita a su casa amarilla en Villa Consuelo, junto a unas hermanas de la iglesia. Yo no sabía quién era Don Chiquitín. Al hacer mi entrada a uno de los hogares más rebosantes de amor que he visitado, mi primera reacción al ver su guitarra clásica en un rincón de la sala, fue tomarla sin permiso ―yo, cuál guitarrista irreverente e ignorante― y preguntar: «Oh, Don Chiquitín ¿Usted toca guitarra?» A lo cual, él, abriendo los ojos con cara de asombro e indignación, respondió al muchacho ignorante que acabada de conocer «¡Que insuuuulto!». En ese instante inició una inusual pero gratificante amistad entre un joven en sus veintes y un señor en sus noventas. Dos vidas con muchos años de separación, pero con Cristo y la música en común. Una vida sedienta por compartir un poco de sus vivencias y sabiduría, y otra, presta a recibir y a aprender de las canas.
Alguien para recordar
Don Chiquitín me contaba que todos los lunes ―cuando su salud se lo permitía― él le regalaba una flor de manera religiosa a su esposa Doña Criolla, demostrándome así que se puede creer en el matrimonio, y que es posible permanecer locamente enamorado de la persona que se ama a pesar de los años. Recuerdo también ver la alegría que él sintió cuando empezó a recobrar la movilidad de los dedos de su mano izquierda ―movilidad que perdió tras una complicación de salud, años antes―, y ver la emoción en su rostro como niño en Día de Reyes al poder tocar la guitarra nuevamente, e interpretar algunas canciones junto a su esposa.
Adiós Don Chiquitín
Uno de los más gratos regalos que me quedó fue compartir con él su última composición musical. La partitura de la música que él le pusiera a una canción escrita por Don Tony, e interpretada por Doña Criolla. Para mí fue siempre un deleite escuchar sus historias; para él fue siempre un deleite contarme sus historias. Al finalizar nuestros encuentros nunca nos pusimos de acuerdo sobre quién le dio a quién, ni tampoco cuál de los dos disfrutó más el tiempo. Sólo espero que el tiempo me conceda la dicha de disfrutar enseñar como Don Chiquitín lo hacía «Hasta luego Don Chiquitín».
Lastima que no conozcamos a los autores de las canciones que disfrutamos, y sea hasta el momento de sus muertes que nos enteremos!
“Estimada es a los ojos de Jehová la muerte de sus santos” (Salmo 116:15)
Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia. Roms. 1:21
Paz a sus restos.