El pasado jueves 10, me tocó por razones de trabajo recorrer varias comunidades fronterizas, entre ellas, El Carrizal de la provincia Elías Piña. Allí me sucedió un hecho curioso y, si se quiere, una metáfora de la misteriosas y delicadas relaciones entre Haití y la República Dominicana.
Pero primero algunos datos sobre esta comunidad. El Carrizal es un pequeño municipio totalmente alejado de la Urbe. Nada que ver con una comunidad de Santiago o de La Romana. Los niveles de crecimiento son casi nulos y la pobreza se pasea por sus calles.
Un detalle a tomar en cuenta: el 80 por ciento de los niños que estudian en las escuelas públicas son hijos de inmigrantes haitianos sin papeles, sin embargo por esa misma razón, no se les niega que reciban docencia como los demás. La principal fuente de ingresos de esta comunidad es el intercambio comercial que genera la puesta del mercado binacional que cada martes y viernes reactiva el comercio de la zona al punto de que este mercado, junto al de Dajabón y Jimaní generó en el año 2001 la friolera de ¡23 millones de dólares!, según datos del antiguo Centro Domininicano de Exportaciones (CEDOPEX).
Un puesto de motoconchistas recibe a los haitianos y dominicanos que atravesarán la frontera con destino a Puerto Príncipe. Es bueno saber que El Carrizal está a muy pocos kilómetros de Puerto Príncipe. Motoconchos, guaguas, camiones y todo lo que ande cruza la frontera como gallina por su gallinero.
Sólo el puesto aduanal posee solidez. El resto es irreal o se evapora con las altas temperaturas. ¡Ah, claro! Al lado de aduanas opera una oficina de la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas para Haití (MINUSTAH). Las camionetas de las MINUSTAH cruzan a Haití cada un dos por tres. Cerca del puesto aduanal, un cerdo se pasea con una especie de yunta de bueyes en su cabeza. Un cerdo de pintas blancas y que el lodo lo convierte en un cerdo color fango. Husmea por todos lados sin encontrar nada que comer.
Otro detalle: cualquier oficial de la zona tiene cara de estar preparado para cualquier cosa. Los uniformados de la MINUSTAH, los militares de la CESFRONT (unidad fronteriza del ejército dominicano) y los oficiales dominicanos de Aduanas están a la expectativa y alertas como si algo fuera a pasar en cualquier momento.
Sólo las vendedoras de chucherías, los motonconchistas y la muchacha que atendía una especie de cafetería donde el feeling de la música haitiana animaba la mañana, sonreían y parloteaban con los foráneos. Un camarógrafo que me acompañaba le pregunta a la muchacha de la cafetería si es casada y ella le contesta en español que como dice el merengue «las mujeres no son de nadie». La respuesta provocó risas, como era de suponer. Todo lo anterior es para que tengan una idea del lugar donde estaba y poder contarles lo que me pasó.
La Tierra de Dios
Antes de que se iniciará el recorrido previsto, el equipo de prensa que me acompañaba optamos por atravesar los 500 metros dentro de Haití recomendados por las autoridades militares y aduanales que nos acompañaban. Llegamos al bloque de cemento pintado de amarillo y que data de 1929, un año antes de la masacre de Trujillo contra miles de haitianos. (Ojo: a estos bloques le llaman mojones, creo..pero suena muy feo escribirlo por aquí).
En la señal limítrofe nos dedicamos a tomarnos fotos como buenos y cándidos turistas de postales. Me coloco a uno de los lados del bloque a esperar que el fotógrafo tome la instantánea. De repente y de la nada apareció detrás, un muchacho haitiano ataviado con una camiseta roja de Zidane y pantalones jeans. Presto, coloca un machete en la parte posterior del bloque y empieza a afilar el artefacto de manera presurosa como si estuviera preparándolo para degollar un cerdo o un becerro.
Me toman la dichosa foto y en ese mismo instante, el muchacho de algunos 18 años empieza a vociferar en español y en creole «esta es la Tierra de Dios, esta es la Tierra de Dios». Debo ser justo y decir que en ningún momento blandió el machete contra mi persona. Incluso, su arenga no contenía violencia sino una mezcla de emocones que van desde rabia hasta impotencia. Puedo estar equivocado con mi apreciación pero no osó en ningún momento en agredirme. Con la inesperada arenga, terminamos nuestra breve condición de turistas. Uno de los oficiales de la MINUSTAH nos hizo una seña y el oficial dominicano de Aduanas nos dijo con voz parsimoniosa «vamos a la oficina a brindarle un refresquito». Aceptamos gustosos.
José Arias es periodista desde hace 15 años y ahora editor-fundador de Blogarias. En este Siglo XXI de gripes A y Blackberrys, José labora en el Departamento de Prensa de la Secretaria de Educación y más de sus colaboraciones semanales en este blog, picotea por ahí cuando aparece. → Blog, Twitter.
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