La lluvia hizo del viernes en la tarde un espacio realmente sombrío. Aun así todo aquel que anduvo la Lincoln desde tempranas horas no tenía en su agenda una cita con la muerte. Fue bajo esa húmeda tarde de aciago cielo gris que, Rubén Soto, luego de almorzar tomó rumbo hacia el negocio de su propiedad: la panadería y repostería «La Francesa» En el parqueo de la misma decenas de vehículos esperan por sus dueños y a decir verdad un Jeep Mitsubishi con varios hombres en su interior poco o nada llamaría la atención por parte de un guardia de seguridad que más parecía un portero de bar de mala muerte, para colmo ausente de su lugar de servicio. El infausto escenario estaba listo y para cuando Don Rubén salió de su vehículo, apenas oyó un siseo proveniente de un arma con silenciador.
La Luz del día no fue excusa
A seguidas el estrepito fugaz de otros dos discretos disparos, su cuerpo fue a dar al duro e indolente pavimento, uno de los depredadores se acercó y como si fuese caído de las alturas un nuevo impacto de bala llegó a la cabeza del selecto empresario. Le quedarían pocos minutos de vida, vividos en los brazos de su señora esposa. El hijo del seguridad trabajaba como parqueador de vehículos, venía con una sombrilla para Don Rubén y ver el rostro de uno de los sicarios fue para él un pecado mortal. Su padre había visto el celaje de un cuerpo caer e hizo un tímido acto de presencia, uno duda que él haya percibido el cadáver de su hijo pues lo cierto fue que trato de huir, pero pronto él, alcanzaría también a su hijo en igual destino: se desplomó en la puerta fruto de los disparos.
Lo que no se dice
Máximo Paredes, mensajero estaba cerca de la puerta de entrada, los sicarios rápidamente se percataron de este testigo potencial así que mientras Máximo apresuraba su paso al interior del local, una mano armada le apuntó a la cabeza. La bala, ciega siguió la trayectoria señalada por el sicario de marras acertando en llegar a su destino. Máximo, quien fue mi compañero de trabajo en la agencia publicitaria 20-20 no pasaba de los 26 y dejó a su esposa embarazada, este último dato no aparece en ningún medio, peor todavía, de todas las notas leídas solo una le menciona. Casi inútil nos resulta pedir justicia por las vidas de estos tres dominicanos que pertenecen a la masa común pues sus muertes se ven arropadas por la avasallante figura mediática de Figueroa Agosto. ¿Cuántos seres anodinos más han de caer, antes de que caigan los auténticos orquestadores de esta trama?
Que pichon de Capote nos gastamos!