A la buenona del barrio

la buenona del barrio A ti que te pones de loca vieja a ponerte tinte rubio en el pelo como si ya de por si no te quedara bastante bello el negro con el cual viniste al mundo. Tú que ya hace décadas perdiste el pudor para sentarte a piernas abiertas en el motoconcho, eres esa a la que pochi le dedico la frase: «dame un tajo de ese mulo». La mulata que camina por las calles del barrio, hay tantas como tú en Cristo Rey, villa Juana, Guachupita, el Capotillo. Eres el delirio de los pariguayos, la comida de los tigueres y la doble moral del afable y encumbrado padre de familia media alta. Porque Eros es realmente democrático y no olvida que los de abajo también se desviven por la belleza femenina allí donde es voluptuosa.

Los locos que dejas sueltos

Aprendiste en la escuela a volver loco a los profesores y desde entonces al resto de los hombres. Caminas pero sobre tus pasos danzas en el asfalto mientras el pelo te levita y su silbido tan distinto al de una alemana o gringa me hace saber que estoy en una pequeña isla del Caribe y que te prefiero a ti aunque a veces me la pongas difícil. Tú, la buenona del barrio, aquella que censura en público lo que ama le hagan en privado. Engalanas mi sector, recuerdo la vez que paso el presidente, mientras el sonreía los tigueres hacían cocote contigo. He visto que hasta sales bailando en tv, pero me doy cuenta que tu fisonomía le queda grande a la pantalla chica.

De niña a cromo del asfalto

Tú imagen con vestido ceñido y plegado al cuerpo caminando a pelo suelto me ha servido para soportar incontables noches de soledad, no soy un tiguere, ergo no te tendré en mi plato, los poetas de barrio no son de tu atractivo pero tú sí que eres uno de los míos. He tenido novias muy sofisticadas pero no muy en secreto confieso que eres la protagonista de mis fantasías. Cuan insípida sería la esquina si tú no acostumbrarás pasar pues disfruto para mi solito el revuelo que les causas a los palomos que te silban. Haces que muchos viejos maldigan su senectud mientras otros odien tener que resignarse, quisieran ellos que algo en su cuerpo se pare y entonces viene el corazón de imprudente a cogerse la demanda. Gracias Dios por hacer a nuestras mujeres así, que así son las madres de la dominicanidad mientras en ellas mora la juventud.

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