Un nuevo paradigma en el campo de educación es que los alumnos aprenden a su propio ritmo. No quiero modificar la idea, pero creo que se puede ampliar un poco sin perder la esencia: La gente aprende mejor lo que quiera aprender, en cada momento. Los maestros no deberían forzarles los contenidos a los alumnos, sino enseñarles sobre aquello que a ellos les interesa hoy, o en última instancia, motivarlos adecuadamente.
Siempre he tenido aversión por los sistemas de formación tradicionales, pues llego más tarde o más temprano que el sistema a las cosas que de verdad me interesan. Recuerdo lo difícil y aburrido que se me hizo en la escuela aprobar algunas materias, como eran la literatura o la historia. Hubiera pagado lo que no tenía para evitar leer esas tediosas novelas o los tomos de historia del país. Quizás fui alumno afortunado al tener siempre acceso a los libros, comprados
por mis padres para reposar semanas en el fondo de una mochila, solo abiertos con el objetivo de aprobar exámenes o preparar tareas. Todo esto, para años después terminar comprando de mi bolsillo los mismos libros, con mucho gusto y buena gana.
Es cierto, de cuando en vez aparece un buen maestro que con habilidad genial logra enamorar a uno del asunto, pero los de este tipo son escasos, no recuerdo más de dos que me hayan permitido vivir tan extraordinaria experiencia. Para mí, la escuela siempre fue un campo de batalla, el libro mi enemigo y las asignaturas asuntos por resolver. Con cuanto esfuerzo enfrenté al Quijote, todo un desperdicio de energías tomando en cuenta que años después nos encontraríamos nuevamente, no con la versión resumida para estudiantes, sino, con el libro completo, para no desperdiciar. Si tan solo la profesora de español hubiera sacado tiempo para enganchar un poco a los alumnos con la historia y el elaborado humor de dan valeroso caballero hubiera bastado para darle algo de ánimo a esas aburridas clases de literatura.
Aunque es cierto que aprendemos mucho más fácil las cosas que queremos aprender en cada momento, es posible motivar al alumno para facilitar el aprendizaje. Hay dos principios que he aprendido de la experiencia y utilizo frecuentemente cuando enseño:
- Es necesario demostrar la utilidad práctica de las cosas. No basta con mostrar algo importante para crear interés, aunque estemos hablando de la verdad —enseño regularmente en iglesias—, sin no justificamos su utilidad práctica en el día a día estamos solo enviando información, es como verter más agua sobre el mar. La gente está cansada de recibir datos bonitos semana tras semana, enseñémosle como se relaciona la verdad con su vida y el cambio significativo que podemos lograr a través de ella. Me interesé de verdad por la historia cuando comencé a utilizarla para hacer ilustraciones y anécdotas, en el momento que encontró interés y utilidad para mí, leerla fue todo un gusto. Si hace años hubiera previsto lo necesario que sería para mí al día de hoy expresarme correctamente por medio de la escritura, la primera butaca de la primera fila, esa que estaba justo entre la profesora y la pizarra, hubiera sido mía.
- Debemos transmitir pasión. Parte de enseñar es enrolar a otros en un viaje, contagiarlos con la emoción de descubrir. La mejor manera de enseñar es haber vivido y disfrutado de lo que se da. Es muy fácil notar cuando el maestro entrega algo que solo se guardó en la mente, su enseñanza es como un monótono envío de datos, aburrido, sin vida. Por el contrario, cuando el maestro disfruta y vive lo que anuncia, enseña hasta con los gestos.